Ciencia y Cultura

Erich Fromm se sintió atraído por los estudios de Johann Jacob Bachofen de igual forma que antes lo había hecho Engels, que se basó en sus descubrimientos y en los de Lewis Henry Morgan para escribir su obra “El origen de la familia, propiedad privada y el estado”.
Bachofen vivió entre los años 1815 y 1885 en Suiza, su obra fundamental fue “El matriarcado: Una investigación sobre el carácter religioso y jurídico del matriarcado en el mundo antiguo” aparecida en 1861. Su principal descubrimiento fue determinar que antes de un mundo centrado en el patriarcado existieron sociedades que se basaban en una organización matriarcal y que entre ambas se podían apreciar características muy diferenciadas.
A Fromm le interesaron varios aspectos del estudio efectuado por Bachofen, en primer lugar, destruía la creencia que el predominio masculino era una cuestión supuestamente natural, por el contrario quedó evidenciado que se basaba en cuestiones culturales, si en el pasado no había sido así debía revisarse la situación de la mujer en las sociedades actuales y considerar seriamente aquellos derechos a los que no accedían por supuestas carencias o debilidades.
Además, existen otras dos cuestiones de gran importancia; por un lado, el patriarcado está estrechamente vinculado con el autoritarismo, por el otro está el aspecto de la fraternidad entre los individuos al establecerse que en las primitivas sociedades matriarcales primaba un espíritu de comprensión entre los hombres pues no consideraban al semejante como un peligroso competidor.
El análisis comienza mostrando la diferencia en que una madre y un padre aman a sus hijos, mientras que el amor de un padre es condicionado y por lo general está relacionado con la obediencia porque el padre cree ver su misma imagen en el hijo, el de una madre no requiere condición alguna, existe por la mera relación de la madre con su hijo.
En una entrevista, Fromm apunta: “Otra fuente decisiva fue para mí un autor al que lamentablemente ya no se lo conoce bien: me refiero a Johann Jacob Bachofen, el descubridor de la sociedad matriarcal. (…) Dicho brevemente: la posición matriarcal representa el principio del amor incondicionado entre los seres humanos. La madre ama a sus hijos sin tomar en cuenta sus respectivos méritos: los ama porque son sus hijos. Y en verdad, si una madre sólo amara a su bebé porque tiene una sonrisa simpática y es buenito, la mayoría de los niños se morirían de hambre. El padre —dicho brevemente— ama a los niños porque le obedecen, porque se le parecen. No me refiero a una madre o padre en particular. Hablo aquí de una categoría típica ideal, es decir del tipo clásico.”

 

La UT de Chetumal
comparte este hermoso poema filosófico de Rubén Darío. Algunos de los nombres
propios y otras palabras, aunque son raros, pertenecen a la mitología griega y
su significado es fácil de encontrar en Google.

 Rubén Darío

 

Coloquio de los centauros

 

En la isla en que detiene su esquife el argonauta del inmortal Ensueño,
donde la eterna pauta 
de las eternas liras se escucha —isla de oro en que el tritón
elige su caracol sonoro 
y la sirena blanca va a ver el sol— un día se oye el tropel vibrante
de fuerza y de harmonía. 

 

Son los Centauros. Cubren la llanura. Les siente la montaña. De lejos, forman son de torrente que cae; su galope al
aire que reposa 
despierta, y estremece la hoja del laurel-rosa.

 

Son los Centauros. Unos enormes, rudos; otros alegres y saltantes como jóvenes potros; unos con largas
barbas como los padres-ríos; 
otros imberbes, ágiles y de piafantes bríos, y robustos músculos, brazos y lomos aptos para portar las
ninfas rosadas en los raptos.

 

Van en galope rítmico, Junto a un fresco boscaje, frente al gran Océano, se paran. El paisaje recibe de la urna matinal luz sagrada que el vasto azul suaviza con límpida mirada. Y oyen seres terrestres y habitantes marinos la voz de los crinados cuadrúpedos divinos.

 

QUIRÓN

 

Calladas las bocinas a los tritones gratas, calladas las sirenas de labios escarlatas, los carrillos de Eolo desinflados, digamos junto al laurel ilustre de florecidos ramos la gloria inmarcesible de las Musas hermosas y el triunfo del terrible misterio de las cosas. He aquí que renacen los lauros milenarios; vuelven a dar su lumbre los viejos lampadarios; y anímase en mi cuerpo de Centauro inmortal la sangre del celeste caballo paternal.

 

RETO

 

Arquero luminoso, desde el Zodíaco llegas; aún presas en las crines tienes abejas griegas; aún del dardo herákleo muestras la roja herida por do salir no pudo la esencia de tu vida. ¡Padre y Maestro excelso! Eres la fuente sana de la verdad que busca la triste raza humana: aun Esculapio sigue la vena de tu ciencia; siempre el veloz Aquiles sustenta su existencia con el manjar salvaje que le ofreciste un día, y Herakles, descuidando su maza, en la harmonía de los astros, se eleva bajo el cielo nocturno…

 

QUIRÓN

 

La ciencia es flor del tiempo: mi padre fue Saturno.

 

ABANTES

 

Himnos a la sagrada Naturaleza; al vientre de la tierra y al germen que entre las rocas y entre las carnes de los árboles, y dentro humana forma, es un mismo secreto y es una misma norma, potente y sutilísimo, universal resumen de la suprema fuerza, de la virtud del Numen.

 

QUIRÓN

 

¡Himnos! Las cosas tienen un ser vital; las cosas tienen raros aspectos, miradas misteriosas; toda forma es un gesto, una cifra, un enigma; en cada átomo existe un incógnito estigma; cada hoja de cada árbol canta un propio cantar y hay un alma en cada una de las gotas del mar; el vate, el sacerdote, suele oír el acento desconocido; a veces enuncia el vago viento un misterio; y revela una inicial la espuma o la flor; y se escuchan palabras de la bruma; y el hombre favorito del Numen, en la linfa o la ráfaga encuentra mentor —demonio o ninfa.

 

FOLO

 

El biforme ixionida comprende de la altura, por la materna gracia, la lumbre que fulgura, la nube que se anima de luz y que decora el pavimento en donde rige su carro Aurora, y la banda de Iris que tiene siete rayos cual la lira en sus brazos siete cuerdas, los mayos en la fragante tierra llenos de ramos bellos, y el Polo coronado de cándidos cabellos. El ixionida pasa veloz por la montaña rompiendo con el pecho de la maleza huraña los erizados brazos, las cárceles hostiles; escuchan sus orejas los ecos más sutiles: sus ojos atraviesan las intrincadas hojas mientras sus manos toman para sus bocas rojas las frescas bayas altas que el sátiro codicia; junto a la oculta fuente su mirada acaricia las curvas de las ninfas del séquito de Diana; pues en su cuerpo corre también la esencia humana unida a la corriente de la savia divina y a la salvaje sangre que hay en la bestia equina. Tal el hijo robusto de Ixión y de la Nube.

 

QUIRÓN

 

Sus cuatro patas bajan; su testa erguida sube.

 

ORNEO

 

Yo comprendo el secreto de la bestia. Malignos seres hay y benignos. Entre ellos se hacen signos de bien y mal, de odio o de amor, o de pena o gozo: el cuervo es malo y la torcaz es buena.

 

QUIRÓN

 

Ni es la torcaz benigna, ni es el cuervo protervo: son formas del Enigma la paloma y el cuervo.

 

ASTILO

 

El Enigma es el soplo que hace cantar la lira.

 

NESO

 

¡El Enigma es el rostro fatal de Deyanira! MI espalda aún guarda el dulce perfume de la bella; aun mis pupilas
llaman su claridad de estrella. 
¡Oh aroma de su sexo! ¡O rosas y alabastros! ¡Oh envidia de las flores y celos de los astros!

QUIRÓN

 

Cuando del sacro abuelo la sangre luminosa con la marina espuma formara nieve y rosa, hecha de rosa y nieve nació la Anadiomena. Al cielo alzó los brazos la lírica sirena, los curvos hipocampos sobre las verdes ondas levaron los hocicos;
y caderas redondas, 
tritónicas melenas y dorsos de delfines junto a la Reina nueva se vieron. Los confines del mar llenó el
grandioso clamor; el universo 
sintió que un nombre harmónico sonoro como un verso llenaba el hondo hueco de la altura; ese nombre hizo gemir la tierra de amor: fue para el hombre más alto que el de Jove; y los númenes mismos lo oyeron asombrados;
los lóbregos abismos 
tuvieron una gracia de luz. ¡VENUS impera! Ella es entre las reinas celestes la primera, pues es quien tiene
el fuerte poder de la Hermosura. 
¡Vaso de miel y mirra brotó de la amargura! Ella es la más gallarda de las emperatrices; princesa de los gérmenes, reina de las matrices, señora de las savias y de las atracciones, señora de los besos y de los corazones.

 

EURITO

 

¡No olvidaré los ojos radiantes de Hipodamia!

 

HIPEA

 

Yo sé de la hembra humana la original infamia. Venus anima artera sus máquinas fatales; tras sus radiantes ojos ríen traidores males; de su floral perfume se exhala sutil daño; su cráneo obscuro alberga bestialidad y engaño. Tiene las formas puras del ánfora, y la risa del agua que la brisa riza y el sol irisa; mas la ponzoña ingénita su máscara pregona: mejores son el águila, la yegua y la leona. De su húmeda impureza brota el calor que enerva los mismos sacros dones de la imperial Minerva; y entre sus duros pechos, lirios del Aqueronte, hay un olor que llena la barca de Caronte.

 

 

QUIRÓN

 

Cuando del sacro abuelo la sangre luminosa con la marina espuma formara nieve y rosa, hecha de rosa y nieve nació la Anadiomena. Al cielo alzó los brazos la lírica sirena, los curvos hipocampos sobre las verdes ondas levaron los hocicos;
y caderas redondas, 
tritónicas melenas y dorsos de delfines junto a la Reina nueva se vieron. Los confines del mar llenó el
grandioso clamor; el universo 
sintió que un nombre harmónico sonoro como un verso llenaba el hondo hueco de la altura; ese nombre hizo gemir la tierra de amor: fue para el hombre más alto que el de Jove; y los númenes mismos lo oyeron asombrados;
los lóbregos abismos 
tuvieron una gracia de luz. ¡VENUS impera! Ella es entre las reinas celestes la primera, pues es quien tiene
el fuerte poder de la Hermosura. 
¡Vaso de miel y mirra brotó de la amargura! Ella es la más gallarda de las emperatrices; princesa de los gérmenes, reina de las matrices, señora de las savias y de las atracciones, señora de los besos y de los corazones.

 

EURITO

 

¡No olvidaré los ojos radiantes de Hipodamia!

 

HIPEA

 

Yo sé de la hembra humana la original infamia. Venus anima artera sus máquinas fatales; tras sus radiantes ojos ríen traidores males; de su floral perfume se exhala sutil daño; su cráneo obscuro alberga bestialidad y engaño. Tiene las formas puras del ánfora, y la risa del agua que la brisa riza y el sol irisa; mas la ponzoña ingénita su máscara pregona: mejores son el águila, la yegua y la leona. De su húmeda impureza brota el calor que enerva los mismos sacros dones de la imperial Minerva; y entre sus duros pechos, lirios del Aqueronte, hay un olor que llena la barca de Caronte.

 

ODITES

 

Como una miel celeste hay en su lengua fina; su piel de flor aun húmeda está de agua marina. Yo he visto de Hipodamia la faz encantadora, la cabellera espesa, la pierna vencedora; ella de la hembra humana fuera ejemplar augusto; ante su rostro olímpico no habría rostro adusto; las Gracias junto a ella quedarían confusas, y las ligeras Horas y las sublimes Musas por ella detuvieran
sus giros y su canto.

 

HIPEA

 

Ella la causa fuera de inenarrable espanto: por ella el ixionida dobló su cuello fuerte. La hembra humana es hermana del Dolor y la Muerte.

 

QUIRÓN

 

Por suma ley un día llegará el himeneo que el soñador aguarda: Cenis será Ceneo; claro será el origen del femenino arcano: la Esfinge tal secreto dirá a su soberano. 

 

CLITO

 

Naturaleza tiende sus brazos y sus pechos a los humanos seres; la clave de los hechos conócela el vidente; Homero con su báculo, en su gruta Deifobe, la lengua del Oráculo.

 

CAUMANTES

 

El monstruo expresa un ansia del corazón del Orbe, en el Centauro el bruto la vida humana absorbe, el sátiro es la selva sagrada y la lujuria, une sexuales ímpetus a la harmoniosa furia. Pan junta la soberbia de la montaña agreste al ritmo de la inmensa mecánica  celeste; la boca melodiosa que atrae en Sirenusa es de la fiera alada y es de la suave musa; con la bicorne bestia Pasifae se ayunta, Naturaleza sabia formas diversas junta, y cuando tiende al hombre la gran Naturaleza, el monstruo, siendo
el símbolo, se viste de belleza.

 

GRINEO

 

Yo amo lo inanimado que amó el divino Hesiodo.

 

QUIRÓN

 

Grineo, sobre el mundo tiene un ánima todo.

 

GRINEO

 

He visto, entonces, raros ojos fijos en mí: los vivos ojos rojos del alma del rubí; los ojos luminosos del alma del topacio y los de la esmeralda que del azul espacio la maravilla imitan; los ojos de las gemas de brillos peregrinos y mágicos emblemas. Amo el granito duro que el arquitecto labra y el mármol en que duermen la línea y la palabra…

 

QUIRÓN

 

A Deucalión y a Pirra, varones y mujeres las piedras aun intactas dijeron: “¿Qué nos quieres?”

 

LÍCIDAS

 

Yo he visto los lemures florar, en los nocturnos instantes, cuando escuchan los bosques taciturnos el loco grito de Atis que su dolor revela o la maravillosa canción de Filomela. El galope apresuro, si en el boscaje miro manes que pasan, y oigo su fúnebre suspiro. Pues de la Muerte el hondo, desconocido Imperio, guarda el pavor sagrado de su fatal misterio.

 

ARNEO

 

La Muerte es de la Vida la inseparable hermana.

 

QUIRÓN

 

La Muerte es la victoria de la progenie humana.

 

MEDÓN

 

¡La Muerte! Yo la he visto. No es demacrada y mustia ni ase corva guadaña, ni tiene faz de angustia. Es semejante a Diana,
casta y virgen como ella; 
en su rostro hay la gracia de la núbil doncella y lleva una guirnalda de rosas siderales. En su siniestra tiene
verdes palmas triunfales, 
y en su diestra una copa con agua del olvido. A sus pies, como un perro, yace un amor dormido.

 

AMICO

 

Los mismos dioses buscan la dulce paz que vierte.

 

QUIRÓN

 

La pena de los dioses es no alcanzar la Muerte.  

EURITO

 

Si el hombre (Prometeo) pudo robar la vida, la clave de la muerte séale concedida.

 

QUIRÓN

 

La virgen de las vírgenes es inviolable y pura. Nadie su casto cuerpo tendrá en la alcoba obscura, ni beberá en sus
labios el grito de la victoria, 
ni arrancará a su frente las rosas de su gloria…

 

* * *

 

Mas he aquí que Apolo se acerca al meridiano. Sus truenos prolongados repite el Océano. Bajo el dorado carro del reluciente Apolo vuelve a inflar sus carrillos y sus odres Eolo. A lo lejos, un templo de mármol se divisa entre laureles-rosa que hace cantar la brisa. Con sus vibrantes notas de Céfiro desgarra la veste transparente la helénica cigarra, y por el llano extenso van en tropel sonoro los Centauros, y al paso, tiembla la Isla de Oro.

 

RELATIVIDAD Y Y MECÁNICA CUÁNTICA

 

La Física del siglo XX se sustenta sobre dos pilares: la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica. La primera obra, casi exclusiva de Albert Einstein, describe los fenómenos naturales en los que están involucradas velocidades cercanas a la de la luz. La segunda, en cuya formulación participó una pléyade de grandes físicos de principios de siglo, es la mecánica del mundo de los átomos y las partículas que los constituyen.

 

Así como la teoría de la relatividad introdujo conceptos que chocaron con el sentido común, la mecánica cuántica expuso una descripción del mundo  microscópico que en nada se parecía al de la experiencia diaria. De acuerdo con la mecánica cuántica, las partículas atómicas no se comportan como los objetos del mundo macroscópico, sino que tienen propiedades a la vez de partículas y de ondas.

 

Por ejemplo, el fotón, que a veces se manifiesta como onda y a veces como partícula. Ésta es una propiedad de todas las partículas elementales —electrones, protones, neutrones, etc.— que constituyen los átomos, por lo que los fenómenos en ese nivel se producen de acuerdo a leyes muy peculiares.

 

Resulta imposible caracterizar una partícula elemental por su posición y su velocidad, tal como ocurre en la física newtoniana. Al contrario, en la mecánica cuántica sólo se puede calcular la probabilidad de encontrar una partícula en cierto estado físico. Tal probabilidad se obtiene a partir de una expresión matemática, la función de onda.

 

En la mecánica newtoniana se calcula la posición y la velocidad de una partícula a partir de ecuaciones matemáticas, que relacionan el movimiento de la partícula con la fuerza que se le aplica de acuerdo con la segunda ley de Newton (fuerza = masa X aceleración). En cambio, en la mecánica cuántica se calcula la probabilidad de encontrar una partícula en cierto estado físico, utilizando ecuaciones matemáticas, en particular la ecuación deducida por el físico alemán Erwin Schrödinger en 1926, que relaciona la función de onda de la partícula con la fuerza aplicada sobre ella.

 

Gracias a esta ecuación, los físicos lograron resolver un gran número de problemas relacionados con los átomos y las partículas que los componen. Un nuevo nivel de la realidad se había revelado, donde regían leyes totalmente distintas las de nuestro mundo macroscópico.

 

La ecuación de Schrödinger tiene un rango de validez muy amplio, pero restringido a fenómenos en los que no se involucran velocidades cercanas a la de la luz. 

Augusto Monterroso

 

La traducción de títulos

(Fragmento del ensayo Sobre la traducción de algunos títulos)

 

La traducción de títulos es cosa aparte. Los cambios que algunos experimentan al pasar de una lengua a otra generalmente no son errores del traductor. En ningún país de lengua española habrá quien ponga por título Odiseo al Ulises de Joyce. Alguien de la editorial no se lo permitiría. Digan lo que digan sus críticos es difícil que los editores se equivoquen. Si un título contemporáneo cambia totalmente, lo normal es que haya habido un acuerdo entre autor y editor. El gusto de verse traducido hace que al primero le importe muy poco cómo se llame su libro en otro idioma. Podría dar ahora una larga lista de títulos curiosamente traducidos, pero, como sé que están en la mente de todos, no lo voy a hacer y me concretaré a los siguientes:

 

  1. La importancia de llamarse Ernesto. En este momento no recuerdo quién lo tradujo así, pero quienquiera que haya sido, merece un premio a la traición. TraducirThe Importance of Being Earnest por La importancia de ser honrado hubiera sido realmente honesto; pero, por la misma razón, un tanto insípido, cosa que no va con la idea que uno tiene de Oscar Wilde. Claro que todo está implícito, pero se necesitaba cierto talento y malicia para cambiar being earnest —«ser honrado»— por «llamarse Ernesto». Es posible que la popularidad de Wilde en español comenzara por la extravagancia de ese título.

 

  1. El otro día me acordaba deLa piel de nuestros dientes, de Thornton Wilder. Cuando vi ese título por primera vez admiré, como de costumbre, a los estadounidenses por esa facultad tan suya de estar siempre inventando algo. ¿Cuándo tendríamos nosotros la audacia de titular así ya no digamos una obra de teatro, siquiera una clínica dental? Título original:The Skin of Our Teeth. Palabra por palabra: La piel de nuestros dientes, nombre que en México llevó al teatro a miles de personas. Imposible no acudir al diccionario. Encontré con alegría que en inglés «to escape with the skin of our teeth» significa, sencillamente, «escapar por poquito, salvarse por un pelo». Pero es evidente que si el traductor hubiera escogido algo como Por un pelito, ni él mismo hubiera ido a ver la puesta en escena.

 

  1. Uno siente también cierta atracción irresistible hacia cualquier novela que se llameOtra vuelta de tuerca, como José Bianco tituló su excelente traducción deThe Turn of the Screw de Henry James. En lugar de La vuelta del tornillo, que no quiere decir nada en español, Bianco cambió sabiamente la por otra y tornillo —screw— por «tuerca», con lo que Otra vuelta de tuerca quiere decir aún mucho menos, pero suena tan bien que nuestros intelectuales usan ya esa extraña expresión como si todo el mundo —y ellos mismos— supieran su significado. Si Bianco hubiera querido dar el equivalente exacto, habría puesto algo tan vulgar como La coacción, lo que convertiría el título de una novela de fantasmas en algo vagamente gansteril o forense.

 

No cabe duda: el mejor amigo del traductor es el diccionario, siempre que éste no se halle en manos del lector. Según mi Oxford Advanced Learner’s Dictionary of Current English, «to give somebody another turn of the screw» significa «to force somebody to do something»: «forzar a alguien a hacer algo», coaccionarlo, conminarlo, pues. ¿Pero quién iba a ser tan poco sutil o poético como para poner en español La conminación a una novela de Henry James? Aunque no diga nada en nuestro idioma, Otra vuelta de tuerca y se acabó. Y uno se lo agradece a Bianco. Y otros cometen el disparate de soltar ese dicho en contextos que no tienen nada que ver.

 

  1. Por un morboso deseo de molestar a mis amigos —estímulo sin el cual prácticamente nadie escribiría— he dejado para el final la traducción del título de los títulos, el que con más entusiasmo han recibido, aceptado, adoptado y usado nuestros buenos poetas, novelistas, ensayistas, simples aficionados y, ¡ay!, genios a la altura de Jorge Luis Borges —lo que absuelve a todos los anteriores—; el título más sonoro y el que denota más enojo cuando hay que enojarse:El sonido y la furiade William Faulkner, que suena tan bien y sugiere tanto desde que alguien sin mucho amor al diccionario tradujo literalmente el pasaje de Macbeth en que éste propone que la vida es un cuento contado por un idiota, pero a quien jamás se le ocurrió que las palabras siguientes en que se apoya: «full of sound and fury», iban a ser traducidas por otro, quizá no tan idiota, pero quien ni de broma intentó preguntarse qué cosa fuera eso de un idiota «lleno de sonido y furia».

 

De las frases puestas en circulación por escritores, pocas he visto tan usadas como esa de «el sonido y la furia» que sean más «la piel de sus dientes», cuando se ven apurados, o su «otra vuelta de tuerca», si quieren ser enfáticos; pocas tan repetidas como ese sonido y esa furia que nunca estuvieron en la mente de Macbeth, o de Shakespeare —quien, incluso, añade «signifying nothing»— cuando las introdujo en contexto tan dramático, y que al mismo tiempo recuerden la importancia de ser curioso cuando de traducir títulos se trata. Como en los casos de Wilde, James y Wilder, Faulkner fue afortunado al usar una frase hecha, casi un refrán para titular uno de sus libros. No así quienes usan pomposamente la traducción literal del título del mismo.

 

¿Pero cómo no ser indulgentes con los amigos o meros mortales cuando el propio Borges, quien ha gastado 40 años estudiando el inglés y aun el celta, repite la misma distracción en el prólogo a su libro Prólogos —«los concretos cielos de Swedenborg, el sonido y la furia de Macbeth, la sonriente música de Macedonio Fernández»; cuando Antonio Machado —Dios me perdone— en el mismo tono dice: «un cuento lleno de estruendo y furia»; cuando a Astrana Marín le da miedo ser literal y en vez del «sonido y la furia» pone «con gran aparato», o cuando últimamente alguien convierte sound en «rumor» y fury en «cólera», o sea, algo ya no tan tremendo, sino apenas ese suave «rumor» y esa «cólera» un tanto mansa?

 

Por ahora yo sólo me atrevo a proponer a ustedes que vean en su Concise Oxford Dictionary lo que «sound and fury» quiere decir en el texto de Shakespeare: únicamente «bla, bla, bla». ¿Lo sabía Faulkner? Por supuesto, pues quien habla en su libro es efectivamente un idiota. En todo caso, es de suponer que el diccionario lo sabe bien. Ábranlo y encontrarán —algunos con cierto sonrojo, espero— en la página 1,203, segunda columna, línea cuatro, bajo la entrada «sound»: «mere words —sound & fury—». Esto es, «meras palabras», que nosotros decimos «bla, bla, bla», o sea, lo que en definitiva dice un idiota.

Carlos Torres

 

La materia evasiva*

 

 

Tenía que haber sido un físico quien, con toda la autoridad de sus conocimientos científicos, viniera a precisar una cierta idea que, si bullía en mi raquítica mente desde hace varios años, era porque respondía a detalles concomitantes entrevistos en esas dos pródigas parcelas de la cultura universal que son el misticismo oriental y la física de Occidente que, como sabemos, ha impuesto su sello en todo el planeta.

 

Esta idea, que hasta ayer sólo la comunicaba a personas de todas mis confianzas y aun así con riesgo de que vieran más desfasado, más remitido a un pretérito glorioso que devoto del avance científico de las últimas décadas, era la de que algunos conceptos de la filosofía oriental anticipaban las teorías más recientes sobre el origen del universo y la composición de la materia; ello atenido a sólo dos afirmaciones del budismo: que el cosmos se colapsa y vuelve a renacer cada prolongadísimos lapsos llamados kalpas, y que la esencia de la realidad es el vacío.

 

El caso es que Fritjof Capra ha escrito un libro, El tao de la física, que lleva el subtítulo de “Una exploración de los paralelismos entre la física moderna y el misticismo oriental”, publicado originalmente en inglés en 1975 y cuya edición ampliada en español de 1992 tengo a la vista gracias al servicio bibliotecario de la Casa del Escritor de Cancún.

 

Así, en este libro he visto documentada con bastante amplitud esa idea referida, y por supuesto que mis dos afirmaciones, producto de un conocimiento bastante limitado de la física por mi parte, han sido rebasadas en mucho por la adición que hace Capra de otras coincidencias entre ambas escuelas de pensamiento, la física y la mística oriental, en un despliegue asombroso de erudición ya no digamos de la ciencia física, puesto que es la profesión del autor, sino de las tres principales corrientes del misticismo oriental: el hinduismo, el taoísmo y el budismo.

 

En efecto, a primera vista pudiera resultar paradójico que un hombre de ciencia, especializado en esa vertiente tan antigua y tan concreta que es la física, se interese en doctrinas tan exóticas como las aludidas, que además de exóticas y milenarias tienen la característica común de que parecen atacar de frente nuestros más arraigados modelos de lógica; pero lo cierto es que Capra no sólo se interesa en el hinduismo, el taoísmo y el budismo, sino que establece una serie de correspondencias entre estas corrientes del pensamiento oriental y los más avanzados descubrimientos y teorías de la física.

 

El propio autor ofrece la explicación, que una vez dada, como siempre ocurre, nos parece de lo más sencilla: el hombre de ciencia, lo mismo que el iniciado en el misticismo oriental, tiene que cursar un largo aprendizaje que a la vuelta de los años lo capacita para observar la realidad desde un plano superior, muy diferente del común, demasiado sujeto éste a las apariencias.

 

Esta similitud entre el iniciado en el misticismo y el hombre de ciencia se acentúa por el hecho de que el físico tiene que recurrir a instrumentos de alta complejidad técnica para “observar” el objeto de sus estudios y para hacer los experimentos respectivos, mientras que el místico debe organizar su propio cuerpo-mente de tal modo que le sea posible atisbar lo que anda escondido detrás de las apariencias.

 

Por otra parte, me parece que la inclinación de Capra hacia el misticismo oriental ha nacido de ciertos misterios irresolutos de la física que, sin embargo, encuentran su expresión más cabal en los enunciados de la filosofía oriental. Es decir, que enigmas tan famosos como la doble aparición simultánea de la materia, en cuanto corpúsculo y onda al mismo tiempo, vista la materia en sus regiones subatómicas y en la luz, ya habían sido visualizados y explicados por la sabiduría del Oriente.

 

Esto, me parece, tiene una importancia suprema para el desarrollo de la cultura planetaria, pues como Capra apunta de pasada, los jóvenes físicos (y está hablando de los que fueron jóvenes hace más de veinticinco años) se muestran ahora mucho más dispuestos que sus antecesores a conceder al misticismo oriental una autoridad que redunda por lo menos en dos enriquecimientos de la cultura global: uno, que los físicos pueden abordar los enigmas irresolutos de su ciencia desde una perspectiva mucho más amplia, ya que uno de los factores más provechosos de la sabiduría oriental es su lógica paradójica, que nos enseña a contemplar un problema desde ángulos insospechados por la lógica tradicional; y el otro, no menos importante, es que los físicos de hoy pueden acceder a una interpretación sagrada del cosmos, no tanto porque tengan vocación mística, sino porque la herencia cultural del Oriente, tan práctica en su esencia, proporciona los elementos suficientes para concebir el universo como una emanación constante de la divinidad, aunque ésta se muestre en las zonas ínfimas de la materia como un ratón virtual que nunca se deja atrapar por el gato de la inteligencia humana; o más precisamente, como corpúsculos que, además de presentarse a veces como onda y otras como corpúsculo, según sea el aparato que lo quiera detectar, también se muestra como que es y no es al mismo tiempo.

 

Indudablemente, tales exploraciones científicas sobre la materia han hecho posible el fenomenal mundo tecnificado que hoy determina al planeta y cuya aplicación humanística (Marcuse dixit) eliminaría la miseria, pero mientras tanto, parecen ser más los perjuicios que los beneficios de tal avance, tanto en la esfera ecológica como en el aspecto social. Y a su vez, los enigmas irresolutos de la física, que están a la espera de una resolución que conjunte la teoría de la relatividad con la teoría cuántica, podrían ser descifrados con un enfoque místico al modo oriental.

 

Este libro de Fritjof Capra anuncia esta posibilidad, que es deseable, repito, por su contenido humanístico, aunque nos parezca escandaloso que el más avanzado conocimiento tenga que regresar unos dos mil quinientos años en la historia para encontrar su raíz y su médula.

 

Nota

* Artículo periodístico contenido en el libro La siega, coeditado por la Universidad Tecnológica de Chetumal.